En la lista de pecados capitales del fútbol, la misericordia es uno de los más graves. Perdonar al rival de toda la vida es una falta que merece el doble de penitencia. Y si River se salvó de tener que rezar mil Padrenuestros hasta el jueves que viene fue gracias a a que Leandro Marín cometió la torpeza de enganchar a Gonzalo Martínez adentro del área y abrir así una puerta que la defensa de Boca y las morfadas de Teófilo Gutiérrez se habían encargado de mantener cerrada. Carlos Sánchez, que también había desperdiciado una muy clara rematando una masita a las manos de Orión, no perdonó desde los 12 pasos: 1-0 y a la Bombonera con algo de viento a favor.
Desde lo técnico, el segundo clásico de la trilogía fue incluso más feo que el primero. River, obligado a levantar el aplazo del domingo, fue el único que intentó durante el primer tiempo, pero se pasó de buenito y desperdició una a una las chances que la impavidez de Boca, sobre todo en el mediocampo, le permitió crear. Un buen medidor de actitud son las pelotas divididas, y allí llegó siempre primero el equipo “millonario”.
Más repartida fue la segunda parte. Boca asustó de entrada a través de Jonathan Calleri y Pablo Pérez, pero nunca logró incomodar en serio a Barovero. Ni los cambios ni el penal lograron sacarlo de su modorra. Y si al final del domingo todo era felicidad, lo de anoche fue un llamado de atención para el “xeneize”. Porque más que juego, le faltó actitud.